"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Vivo, a pesar de todo



A los dos años una escarlatina dejó ciega, sorda y muda a Helen Keller en 1882. Sin embargo, con una constancia y ánimo ejemplar, se graduó de bachiller a los 42 años. Dictó conferencias, escribió libros y, lo más importante, abrió nuevos horizontes y caminos a los limitados e incapacitados.
El ser humano padece de desánimo. Y lo más grave no es estar sin fuerzas; lo peor es quedarse ahí sin mover un dedo para levantarse. Es entonces cuando, más que nunca, se necesita la ayuda del Espíritu para iluminar, alentar, dar vida.
La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo que es “Señor y dador de vida”, Aquél en el que Dios se comunica a los hombres. El Espíritu Santo nos es dado con la nueva vida que reciben los que creen en él, según nos lo explica el evangelista Juan en el relato de la Samaritana. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14) por quien el Padre vivifica a los seres humanos, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8,10-11).
Con el Espíritu Santo nos viene la plenitud de los dones, destinados a los pobres y a todos aquellos que abren su corazón al Señor. Nos da sus dones y se da Él mismo como don, ya que es una Persona-don.
Al dejar este mundo Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados.
Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.
Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra.
“Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa, y falsa también la sabiduría que la adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la verdad que es Jesucristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humildad de Jesucristo. Su mismo nombre resulta extraño si no evoca en nosotros el único Nombre. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el sacramento de Jesucristo” (H. De Lubac).
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

El pan de vida


Había un capitán de un barco que todo lo que tenía de sabiduría le faltaba de dominio propio. A pesar de que comulgaba todos los días, no lograba dominar su genio. Cansados los marineros de soportarle, le dijo uno de ellos: “Más valdría que no comulgara, ya que nos trata así”. A lo que el capitán respondió: “Gracias a que comulgo cada día porque, si no, los hubiera tirado a todos al mar”.
La Eucaristía es comida, fuerza para navegar por la vida. La forma que Cristo pensó para darse en la Eucaristía fue la comida. Comer y beber con otros, sobre todo para las culturas orientales, están cargados de un gran significado. 
El pueblo judío practicó el lenguaje simbólico de la comida. Cada año celebraban en la cena pascual la salvación del éxodo. 
Jesús se sirvió del lenguaje “comer con” en su anuncio del Reino. Él comparte la mesa con otros: Lázaro, Mateo, Simón, Zaqueo... Los discípulos tuvieron el privilegio de comer con el Resucitado (Hch 10,40-42). 
En nuestras comidas sellamos nuestra amistad, contratos, negocios... Invitamos a comer a un amigo, a alguien que queremos que nos conozca. 
La Eucaristía es comida. Necesitamos comer y beber para alimentarnos, poder vivir y trabajar. Compartir la misma mesa conlleva amistad, familiaridad. Esto mismo Pablo lo aplicará en sentido espiritual: “Somos un pan y un cuerpo, porque todos participamos del mismo Pan” (1 Co 10,16). 
Cristo en la comida pascual escogió el pan y el vino. El pan es la comida común en muchas culturas. Es símbolo de hambre y de alimento, de alegría, de fuerza. Es fruto de la tierra y del trabajo del ser humano. Éste tendrá que “ganar el pan con el sudor de su frente”. 
Jesús es el pan de vida. Lo repite Juan varias veces en el capítulo sexto de su evangelio: “Si uno come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). El que come a Cristo tendrá la vida que brota de él, vida abundante, vida verdadera y vida eterna. El que no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida. Sin él, sin estar unido a él, no se puede tener vida. 
Quien come a Cristo aumenta la fe; para comerlo se necesita fe. La Eucaristía no es el algo mágico; sólo tiene sentido desde la fe en el Hijo del Hombre y en la acción del Espíritu. 
“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Somos lo que comemos; nos convertimos en lo que comemos. Quien come a Cristo permanece en él, en su amistad, en su amor. La Eucaristía nos cristifica, nos hace cristianos. 
La Eucaristía no sólo es comida y bebida, es también reunión de creyentes. Al comulgar con Cristo hemos de comprometernos a comulgar con los hermanos. Es fácil decir sí a Cristo, pero es más difícil decir sí al hermano. No puede haber Eucaristía sin fraternidad, sin una actitud de apertura, de entrega y de unión con los demás.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

Profesión de la Hermana Flora del Corazón de Cristo

El pasado sábado 8 de junio la Hna. Flora del Corazón de Cristo profesaba en el convento de nuestras Madres Carmelitas de Toro.





El Hno. Jesús, que asistió a la celebración, nos cuenta: 

"Como todas las primeras profesiones resultó muy entrañable y por supuesto fue un lujazo el acompañamiento musical de la eucaristía.
A la celebración acudieron muchos seglares de Granada que conocían a Flora, como podéis ver en las fotos.
No solo queda el testimonio de Flora sino el de todos aquellos seglares que nos acompañan con sus oraciones, con su corazón y con su presencia".









Damos gracias a Dios por el "SÍ" de nuestra hermana, y le pedimos que la bendiga y haga cada día más fructífera su entrega.

Luz para el camino


La noche del 5 de abril de 1754 moría Catalina Thomas.
En el cuarto había tal oscuridad que alguien suplicó: Por favor, ¿quién trae una vela? La moribunda aclaró: “Traigan alguna luz para ustedes; para mí el sol está brillando como nunca”.
Jesús es la luz para nuestra noche. “Yo soy el camino” (Jn 14,6), dijo Jesús. El camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde tendría que ir la humanidad, camino recto. Quien quiera transitar por caminos de vida, tendrá que caminar con él y por él.
El ser humano es un ser en camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.
Para no ir a tientas ni a oscuras, es necesaria la luz. La luz disipa la tiniebla sin violencia, con sólo su presencia. Esa luz es, a veces, una persona, ángel de luz; otras, un impulso que brota dentro de la misma vida. Pero la luz, sobre todo, viene de lo alto, de Dios. Él es la luz de las naciones” (Is 42,6). Jesús es la luz del mundo. El Espíritu es llama que alumbra y calienta. 
Gilles Farcet, escritor francés, ha escrito: “Si el camino no se vive en lo cotidiano, ¿dónde podrá vivirse? ¿Acaso alguien ha respirado alguna vez en otro sitio que no sea aquí y ahora?”. Aludiendo a lugares de elevada reputación espiritual, lejos de las actividades de todos los días, añade: “Mis estancias en esos ‘lugares de elevación espiritual’ sólo tienen sentido en la medida en que me ayudan a recuperar, en el corazón mismo de mi cotidianeidad, la dimensión sagrada que sólo mi ceguera espiritual me impide percibir... Fuera del instante, no hay salvación”.
Para poder caminar, es necesario gritar como Simeón el Teólogo: “¡Ven, luz verdadera! ¡Ven, vida eterna! ¡Ven, misterio escondido! ¡Ven, luz sin ocaso! ¡Ven, resurrección de los muertos! ¡Ven, tú que permaneces siempre, pero que atraviesas las horas!”. 
El Señor nos conduce de las tinieblas a la luz; más aún, nos transforma en luz para cerrar definitivamente las puertas a la noche.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

Terapia para una vida saludable


En una gran ciudad, un investigador preguntaba a los transeúntes si eran supersticiosos o no. Nueve de cada diez respuestas eran negativas.
No muy lejos se había arrimado una escalera contra una fachada. La mayoría de los que habían proclamado su rechazo a la superstición procuraban no pasar por debajo de la escalera.
¿En quién y en qué cree la gente? ¿A dónde acude para buscar salud? ¿Qué hace? ¿Tiene que ver algo la fe con la salud de las personas?
Uno de los aspectos más importantes de la vida es la salud, y es una de las principales preocupaciones. Así lo expresa el pueblo: “Lo primero es la salud”, “la salud no se paga con nada”.



Jesús recorría ciudades y aldeas sanando toda enfermedad y dolencia” (Mt 9,35).
Los enfermos buscan a Jesús, quieren verlo, hablar con él, tocarlo. La palabra y el gesto de Jesús son sanadores. “La terapia que Jesús pone en marcha es su propia persona” (H. Wolff).
Los evangelistas hablan de la “fuerza sanadora” que salía de Jesús y curaba a todos (Lc 6,19). Si hace el bien y sana es porque vive “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (Hch 10,38). Por eso, sus manos son bendición de Dios (Mt 19,13-15) y sus palabras, espíritu y vida” (Jn 6,63). Encarna al Dios amigo de la vida.
Jesús vino para salvar, para dar vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). Lo que Jesús busca es reconstruir toda la persona, sanando la mente y el corazón. Lo que desea es que seamos como los árboles sanos que dan frutos buenos: “Por sus frutos los reconoceréis” (Mc 7,20).
Jesús entiende la salud como liberación de las fuerzas del mal. Dice a la mujer esclavizada por Satanás: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Lc 13,12). Con la sanación devuelve a los enfermos la paz y el gozo.
Para sanarse Jesús sólo exige creer y querer. Dice a la hemorroisa: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Esta fe conlleva querer sanarse. Jesús pregunta: “Quieres curarte?” (Jn 5,6), es decir, querer cambiar y no volver a las viejas actitudes... La salud que Jesús promueve, favorece al ser humano por completo. Él es fuente de vida y salvación. 
Decía C. G. Jung: “Acercarse a lo sobrenatural es verdadera terapia”. En la experiencia de comunión con Dios la persona goza de salud desbordante. Creer en el amor incondicional de Dios es la mejor terapia para curarse de todas las enfermedades y complejos. Quien ama, goza de la vida y comunica vida. “Haz eso (ama) y vivirás” (Lc 10,28).
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

P. Ángel Sánchez, OCD.


El P. Ángel Sánchez, P. Ángel Mª de la Cruz es su nombre religioso, es actualmente el Secretario Provincial de la Provincia de Castilla. He aquí el testimonio de su relación con Dios:


¿Qué rasgo de Jesucristo te seduce?
"Hablar de solo un rasgo o faceta del Señor resulta costoso y más cuando perteneces a la familia del Carmelo Descalzo en la que continuamente nos engolosinan presentándonos al Todo y nos animan a ser audaces y escogerlo todo.
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, de quienes voy a tomar muchas expresiones para decir mi testimonio, han experimentado que en Cristo hallamos aún más de lo que pedimos y deseamos. Nos exhortan a que le miremos, a que pongamos los ojos totalmente en él, sin querer otra cosa. Y si así lo hago, me viene a la mente y al corazón su modo de ser, estar y comunicarse en el silencio y desde el silencio.
Silencio en el seno del Padre, donde está escondido, y en el vientre de la Virgen María. Lo percibo en su nacimiento en la noche de Belén y ese crecer en la vida oculta de Nazaret. Le acompaña al caminar, subiendo a Jerusalén, sembrándose en palabras y obras. Es suma desnudez, aniquilamiento y vacío en su pasión, hasta encumbrarse sobre un árbol donde abre sus brazos con “el pecho del amor muy lastimado”. Silencio que envuelve su triunfo en la resurrección y se prolonga en este “vivo pan”, en donde “se está llamando a las criaturas”.
Cada vez que en el Evangelio contemplo a Jesús callado, espero. Espero su fortaleza y fidelidad a la voluntad del Padre en el desierto, su promesa de agua viva junto al pozo en Samaria, su abrazo misericordioso respondiendo a mi pecado y acusaciones condenatorias, su oración sacerdotal y entrega al levantarse de lavar los pies a los apóstoles... Cada vez que en la vida y en las personas dejo de escuchar su voz o descubrir su figura, quiero decir confiado: ¡Salgamos tras él clamando! Y espero porque sé que nos está mirando, que su mirar es amar y si sus palabras son obras, también su mirar. 
Despacio, poco a poco -es mi modo de caminar por vías de carne y tiempo- voy cayendo en la cuenta de su Verdad y la mía. Si no llego a escucharle no es porque se haya vuelto a abrir ese abismo que ha recorrido para estar conmigo o abandone y dé por perdido a este su hijo y hermano. Él siempre está comunicando su amor, buscando, “mirando y remirando” por dónde volverme a él, pagando con bienes mis muchos males. ¿Entonces por qué tanto silencio, buscado o soportado? Si la luz divina, por ser en exceso, es ceguera para el hombre, la presencia de esta Hermosura que excede a todas las hermosuras, el sonar de su música callada,  se muestra como ausencia y mutismo. También puedo ser yo quien, en ciertas ocasiones, al cerrarme, le fuerce a dejar de hablar, a retirarse, pero siempre estará más cerca y dentro de mí que yo mismo.

Este ser, estar y comunicarse de Jesucristo me atrae. En él quiero entrar, esconderme para encontrarle. Ser trasformado, para con un poquito de su puro amor, aprovechar a la Iglesia y a nuestro mundo. “Una palabra habló el Padre, que fue su hijo y ésta habla siempre en eterno silencio y en silencio ha de ser oída del alma” (S. Juan de la Cruz, Dichos de Luz y Amor, 99). Pues que así sea... ¡Callar y obrar!"
P. Ángel Sánchez, OCD.

Mira al que te mira


Era ciclista. Un día le invitó al Señor a subir con él a su bici para que lo ayudara a pedalear. Cuando veía que ya no podía más, sentía que el Señor le miraba y le invitaba a seguir pedaleando... 
Dios irrumpe en nuestra vida, en nuestro trabajo, en la familia, en la sociedad. A veces lo sentimos, percibimos su mirada; otras, las más, pasa desapercibido. 
Dios y Jesús nos miran. Y nosotros hemos de aprender a mirar como Dios nos mira. Si nuestra mirada está dañada, si nuestros ojos no reciben su luz y su amor, no podremos ver a Dios ni sus obras. 
El Evangelio nos habla de las miradas de Jesús en los encuentros con la gente. Jesús vio a Natanael cuando estaba debajo de la higuera (Jn 1,48). Y a Pedro le mira con amor, con una mirada totalmente cariñosa, benevolente, misericordiosa, sin ninguna intransigencia (Lc 22,61). Y más allá del pecado, mira también al buen ladrón; desde esta mirada ya empezó el paraíso (Lc 23,43). Y Jesús miró con amor a la Magdalena, a la adúltera, al centurión, a los ciegos, a los leprosos, a los pobres, a los pecadores... 
Un día se le acerca un joven excelente, entusiasta, con deseos de Dios y de perfección. Jesús, “fijando en él su mirada, le amó...” (Mc 10,21).
Zaqueo trataba de ver quién era Jesús. En este deseo hay algo de esperanza, ilusión, utopía, pero mucho de curiosidad por conocer al Señor. Quizás quería ver a Jesús sin ser visto. “Se subió a una higuera para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede en tu casa” (Lc 19,5). Una mirada de Jesús cambió a aquel hombre rico.
La mirada del Maestro cautiva, arrastra, seduce. El secreto de una vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, confiar en él y tener la valentía de arriesgarlo todo, porque lo que no es Jesús resulta superfluo. 
Una mirada es algo muy sencillo, pero puede cambiar a una persona: puede transformar un deseo, puede sostener el peso de un anciano, puede llenar de felicidad al decaído, puede eliminar el odio más escondido, puede ser la chispa que encienda una nueva vida, puede cambiar hasta el corazón más empedernido. Una mirada de amor cura la herida más profunda, pone alas a los sueños olvidados, levanta al decaído, da confianza al tímido. 
A veces nos encontramos ciegos. Nos ciega la vida con sus luces de colores, el dinero, la moda, la fama... Caemos en la trampa de la propaganda, de lo fácil, del placer, del consumo... Necesitamos luz para caminar, abrir los ojos a Dios. Si el mirar de Dios es amar, como decía san Juan de la Cruz, debemos aprender a mirar como Dios, como Jesús, para hacer de este mundo un paraíso.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.